martes, 28 de febrero de 2012

Historias de los mayores dibujadas por los niños

Esta crónica fue publicada como la presentación del libro "Historias de los mayores dibujadas por los niños". Aquí relato todas las vivencias que se presentaron durante el desarrollo de un proyecto social ejecutado por la UNITA con el apoyo del Ministerio de Cultura de Ecuador.

Después de atravesar el páramo, el bus en que viajábamos por una carretera de segundo orden empezó a descender adentrándose por una selva cada vez más calurosa. Íbamos de nuevo hacia la parroquia de Chical, en el cantón Tulcán, al noroccidente de la provincia de Carchi, justo en la línea que marca el límite fronterizo con el departamento de Nariño, Colombia. Esta vez el propósito de nuestro viaje era avisarle a la comunidad que el proyecto que presentamos ante el Ministerio de Cultura había resultado ganador de los Fondos Concursables 2010.

El presidente de la Junta Parroquial de Chical, Emilio Orbe, quien nos había brindado información para realizar el proyecto, tenía reunida a la población en Quinyul, en el salón comunal donde acostumbran a discutir sus problemáticas. Nosotros, después de presentarnos, les explicamos que en el transcurso de las siguientes semanas estaríamos visitando a los ancianos para pedirles que nos contaran los mitos y leyendas que conocían; luego les pediríamos a los niños de las escuelas que realizaran dibujos sobre esas historias, para por último reunir todo el material en un documento pedagógico que le serviría a los docentes en el aula de clase. La gente nos escuchó con gran atención y en un silencio que no fue ni siquiera interrumpido cuando les preguntamos si tenían alguna inquietud.

Días después, cuando Luis Felipe Vásquez Narváez –nuestro compañero encargado de la recopilación de la información-, empezó a visitar las casas de los ancianos descubrió que ese silencio seguía manteniéndose. Muchos lo despachaban asegurándole que no sabían nada; otros, pese a que siempre lo habían tratado con amabilidad, ahora se negaban a atenderlo. La razón es que ya no lo veían como el visitante que iba a disfrutar del paisaje y a conversar desinteresadamente, sino como alguien ajeno que quería escuchar lo que solo le incumbía a la comunidad.

Sin embargo, la experiencia de más de 20 años de Luis Vásquez en este tipo de trabajos, una experiencia que ha fructificado en tres libros de tradición oral e innumerables documentos sin publicar, le ayudó a encontrar la solución. Prácticamente se fue a vivir a Chical, donde empezó a compartir la cotidianidad de la comunidad sin ningún afán por recopilar la información. Hasta que un día, mientras conversaba con varias personas en una de las bancas del parque principal, se enteró de que le habían puesto el apodo de “Franciscano”, en alusión a sus espesas y largas barbas; entonces supo que ya era parte de la comunidad y podía empezar su trabajo. Ahora, cuando la gente lo veía caminando por las trochas de las montañas, salía corriendo de sus casas a pedirle que por favor visitara a tal anciano que quería contarle grandes historias.

Fueron en total 21 personas, entre ancianos y adultos, quienes abrieron las puertas de sus casas y de sus recuerdos para entregarnos las historias que sus padres o abuelos les habían contado. En cada una de esas historias está presente la mezcla étnica que hace de Chical una parroquia fascinante: lo awá, lo pasto, lo afro y lo mestizo, todo amalgamado con las culturas colombianas y ecuatorianas. Además, también está presente un elemento inesperado que le da sentido a este documento: el constante tono de reclamo de los informantes por la pérdida de sus tradiciones. Ahora bien, pese a estas riquezas, hay que resaltar también un aspecto de suma importancia que estuvo ausente en las historias. Se trata de que ninguna de ellas –a excepción de algunos rasgos de La Moledora- constituye lo que realmente podría considerarse un mito; es decir, la gran mayoría se fundamenta en experiencias personales –casos- o de conocimiento común –leyendas-, pero casi ninguna habla del origen sagrado de la humanidad.

Terminado el proceso de recopilación de la información, tuvimos que afrontar un nuevo reto. ¿Cómo transformar esas historias habladas a un lenguaje escrito sin que perdieran sus riquezas? Peor aún: ¿Cómo lograr esa transformación y, además, que el resultado final fuera absolutamente comprensible para los niños? La respuesta la tenía Edison Duván Avalos Flórez, un integrante de nuestro equipo que se ha dedicado en los últimos años a escribir todas las historias que le han contado sobre la zona fronteriza.

Lo primero que él hizo fue transcribir totalmente, palabra por palabra, las grabaciones magnetofónicas que teníamos de las historias contadas por los informantes. Los textos que resultaron abundaban en repeticiones de palabras, en frases inconclusas y en extensos incisos que eran como laberintos sin salida. Esas características propias del lenguaje oral se habían convertido ahora, al plasmarlas en lenguaje escrito, en graves errores que imposibilitaban totalmente la lectura. Edison Avalos, entonces, empezó un proceso de continuo pulimento, donde se esforzó por mantener el equilibrio entre dos aspectos fundamentales: depurar las historias para que así fueran accesible a los niños, pero al mismo tiempo conservar las estructuras discursivas de cada uno de los informantes.

Luego, con las historias ya listas, nos sentamos a incluirles el componente pedagógico para que los docentes las utilicen al interior del aula. Esto consistió en agregarle a cada una un taller que de acuerdo a la Nueva Reforma Curricular gira alrededor de tres ejes: lo lógico, lo crítico y lo creativo. En lo lógico, el estudiante trabaja la comprensión de lectura a partir del análisis textual. En lo crítico tiene la posibilidad de reflexionar para establecer las relaciones del texto con su contexto. Y en lo creativo estimula sus habilidades y destrezas para la aplicación del conocimiento.

Llegó, entonces, el momento de empacar nuevamente las maletas y salir de Tulcán rumbo a Chical. En el salón auditorio de la escuela, gracias a la colaboración del licenciado Arturo Enríquez, coordinador educativo en la zona, reunimos a más de 50 niños provenientes de todas las comunidades de los alrededores. Ahí, con la ayuda de los docentes, les leímos las historias y luego les pedimos que las representaran en uno o varios dibujos. Ellos sonreían y lanzaban exclamaciones de alegría mientras pintaban porque sabían que esas historias las habían contado sus abuelos o vecinos. Por último, les presentamos varios formatos y les pedimos que escogieran el tipo de letra, los colores, los contornos y demás detalles del diseño que lleva este documento.

Extasiados por ese derroche de alegría de los niños, regresamos a Tulcán únicamente a entregarle al diseñador todo el material que durante los últimos meses habíamos conseguido: las historias, los talleres pedagógicos, los dibujos, las indicaciones sobre el diseño y las fotos que a lo largo del trabajo habíamos tomado. Ahora solo faltaba regresar a Chical para devolverle a la comunidad, sistematizado y organizado en un documento, toda la información que nos había entregado por medio de sus ancianos y niños. Sin embargo, era necesario asegurarnos de que el fruto final de nuestros esfuerzos iba a ser aprovechado de la mejor manera por los docentes. Para ello, organizamos una capacitación que fue dictada por el doctor Luis Alfonso López, el coordinador del proyecto, un filósofo que desde la pedagogía se ha empeñado en transformar la mentalidad de nuestra sociedad.

El doctor Luis López, entre otras cosas, les explicó a los docentes de la zona que la importancia de este trabajo radica en que le garantiza a la comunidad la perdurabilidad de historias que muy probablemente estaban destinadas a desaparecer con la muerte de los informantes. Ahora, ellos no se llevarán a la tumba ese cúmulo de saberes y valores que encierran sus palabras, ni se perderá el valor histórico de sus relatos ni la profunda construcción social que ejercen sus enseñanzas. No, nada de eso se perderá como lamentablemente ha sucedido con generaciones pasadas, porque todo está aquí plasmado para el uso y conocimiento de las nuevas y futuras generaciones.

No obstante, en lo que más les insistió el doctor Luis López a los docentes fue en que la verdadera esencia, lo que debe provocar de trasfondo este documento, es que los docentes lo conviertan en una herramienta para que las nuevas generaciones valoren su entorno. Si eso sucede, es decir, si los docentes a través de este documento logran que los niños y jóvenes empiecen a amar las historias de sus abuelos, el paisaje que les rodea, el pueblo en que viven y la familia que tienen, entonces a nivel social se habrá dado un paso importantísimo para vencer la baja autoestima. Esto significaría que la comunidad ya no sería presa de ningún tipo de manipulación y empezaría a construir ella misma su futuro desde el seno de su historia para mostrarse altiva al mundo. Esto significaría, en otras palabras, que se han empezado a vencer las taras de la ignorancia.

Después de las capacitaciones que el doctor Luis López le dio a los docentes, procedimos a entregar algunas copias de este documento a la Junta Parroquial de Chical, a las escuelas de las comunidades y a las bibliotecas de la zona. Hoy, finalizadas todas nuestras responsabilidades y con la sensación del deber cumplido, solo esperamos que la próxima vez que volvamos a visitar Chical podamos observar en una banca del parque principal a un anciano hojeando el documento y rodeado de niños: ellos sonriendo felices al ver los dibujos que han realizado y él orgulloso por la historia que contó.

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