viernes, 27 de julio de 2012

La marcha más grande en la historia de Colombia

Foto tomada de: Elespectador.com

Hace seis años escribí esta crónica sobre una multitudinaria marcha realizada por los paeces. Parece que desde aquel tiempo hasta ahora nada ha cambiado en el Cauca. 


La magnitud de la marcha empezó a vislumbrarse cuando el Presidente Álvaro Uribe viajó hasta el Cauca con el único propósito de cancelarla. “¿Qué necesitan? Firmemos un acuerdo”, les dijo a los líderes indígenas en una reunión que se realizó en Popayán el viernes 10 de septiembre. Daniel Piñacué, Diputado por el Cauca, le recordó que los indígenas estaban firmando acuerdos desde la época de la Conquista. Entonces, el Gobernador del Valle, Angelino Garzón, y el del Cauca, José Chaux Mosquera, intervinieron tratando de explicar que la actual situación del país no era apropiada para realizar una marcha tan grande. Esta vez, Daniel Piñacué se levantó con rabia y les gritó: “¿Cuántos muertos más tienen que haber, cuántos líderes más tienen que detener, cuántas leyes más nos tienen que imponer para que llegue el momento oportuno de que los indígenas sean escuchados?”. 

En el lugar detonó un silencio que marcó el final de la reunión. Los líderes indígenas, sin embargo, antes de irse, se comprometieron a no bloquear ninguna vía ni permitir que se presentaran actos de violencia durante la marcha. Así mismo, los Gobernadores del Valle y del Cauca garantizaron que iban a facilitar las condiciones de desplazamiento y los lugares de campamento. El Presidente, por su parte, se marchó sin ni siquiera despedirse. 

Las razones que justificaron la marcha 
Los líderes indígenas tenían razones de peso para realizar la marcha. En primer lugar, no podían defraudar a los más de setecientos mil indígenas de todo el país que los habían respaldado mediante sus organizaciones. En segundo lugar, las problemáticas sociales estaban alcanzando un límite intolerable. Había que hacer lo posible para liberar al líder indígena Alcibíades Escué y rechazar el Tratado de Libre Comercio (TLC), el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la Política de Seguridad Democrática, la ejecución del Estatuto Antiterrorista, la Reforma Constitucional, la Ley de Alternatividad Penal, entre otras cosas. Además, los indígenas necesitaban “denunciar ante Colombia y el mundo el permanente accionar militar al interior de nuestros Resguardos, donde todos los grupos armados –Ejército, guerrilla, paramilitares– nos están asesinando”, declaró Daniel Piñacué cuando la marcha llegó al Coliseo El Pueblo, en Cali. 

Los primeros pasos del largo camino 
Foto tomada de: Elespectador.com
Lo que se convirtió en la movilización indígena más grande en la historia de Colombia, empezó el lunes 13 de septiembre cuando veinticinco mil indígenas paeces, provenientes del sur del Cauca, se reunieron en el Territorio de Convivencia, Diálogo y Negociación de La María. Al día siguiente, martes 14, marcharon por un solo carril de la vía Panamericana hasta Santander de Quilichao. Ahí los esperaban otros veinte mil paeces que habían bajado de las frías montañas del norte del Departamento; además habían cinco mil indígenas de otras etnias, entre los que se encontraban los Yanaconas del Macizo, los Coconucos del Huila, los Awa de Nariño, los Ingas del Putumayo, los Witoto del Amazonas, los Guambianos del Cauca, los Embera del Choco y los Afrocolombianos del Patía. Ese mismo día, los cincuenta mil indígenas, custodiados por nueve mil quinientos hombres de la Guardia Indígena y bajo la supervisión de doscientas enfermeras de los Resguardos, marcharon (nuevamente sin obstruir el tráfico) hacia el pueblo de Villarrica para instalar ahí su campamento. El miércoles 15, con cinco mil nuevos indígenas y campesinos provenientes del Valle, llegaron a Jamundí en donde los esperaban otros cinco mil indígenas que habían bajado de pueblos como El Tambo, Buenos Aires, La Balsa y Suárez. Por último, el jueves 16, la gran marcha de sesenta mil indígenas que habían recorrido más de cien kilómetros en tres días, madrugó rumbo a su destino final. 

Una marcha pacífica pero contundente 
Los primeros indígenas llegaron a Cali antes del amanecer. Venían en una caravana de catorce camiones, diecisiete jeeps Willys y diecinueve buses que cargaban varias toneladas de alimentos y una cantidad impresionante de leña. Además, traían los plásticos y las cuerdas que a las seis de la mañana empezaron a templar en las afueras del Coliseo El Pueblo para instalar el campamento a donde iba a llegar la gran marcha. Entre tanto, en la vía Panamericana las autoridades empezaban a desviar el tráfico. Se trataba de un enorme dispositivo de seguridad que contaba con más de dos mil quinientos policías fuertemente armados, además de un helicóptero, dos tanquetas antimotines y un gran número de camionetas y motos de alto cilindraje. Sin embargo, la gran marcha indígena, cuyo nombre era Minga Indígena y Popular Por La Vida, La Justicia, La Alegría, La Libertad y La Autonomía, salió de Jamundí en completo orden. “Son tres días de manifestación y convivencia entre miles de personas sin expresiones de violencia”, dijo Jorge Caballero, Director de Comunicaciones del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Luego, mientras escuchaba los aplausos de los habitantes de Jamundí que habían madrugado a despedir la marcha, complementó: “Aunque no se puede negar que le estamos haciendo mucho daño al gobierno del Presidente Álvaro Uribe”. Era cierto, ese mismo jueves estaban marchando en la Guajira los Wayúu y los Yupkas; en Sincelejo los Zenú; en Santa Marta los Mocaná; en Bogotá los Pijaos, los Muiscas y la comunidad Gay; en Cúcuta el magisterio y a nivel nacional los transportadores se encontraban en paro: la imagen que el Presidente había construido empezaba a desmoronarse. 

El inminente choque entre indígenas y policías 
Un día antes, los medios informaron que la Alcaldía de Cali había modificado la ruta de la marcha dentro de la ciudad. Ya no pasaría por la calle Quinta, sino que se desviaría por unas autopistas secundarias en busca del Coliseo El Pueblo. El propósito del Alcalde Apolinar Salcedo era impedir un caos vehicular. Sin embargo, para algunos su verdadera intención era evitar que la marcha pasara por la Universidad del Valle, en donde los indígenas participarían de un acto cultural. “La posición nuestra –informó Marcos Guasaquillo, Coordinador de la emisora indígena Radio Puyamat– es pasar por la calle Quinta y entrar a la Universidad del Valle”. El ambiente de la marcha, aunque se sentía tensionante por la posibilidad de un inminente choque entre indígenas y policías, no dejaba de ser festivo. Los grupos de música andina animaban con sus kenas, zampoñas y bombos a una multitud que gritaba consignas en contra del TLC y del ALCA. Los estudiantes de la Universidad Autónoma, de la Fundación de Ciencias y del Instituto Antonio Nariño, instituciones ubicadas en las afueras de la ciudad, se agolpaban en las orillas de la vía Panamericana para aplaudir aquel río humano que se extendía por más de tres kilómetros. A veces, las risas estallaban porque aparecía uno de los personajes más pintorescos de la marcha. Se trataba de un hombre encapuchado que, además de ir cabalgando una yegua, vestía un traje negro de capa y sombrero. Era El Zorro, una de las personas que más se robó la atención de los medios. No obstante, cuando la marcha se fue acercando a Cali su protagonismo se desvaneció. Todos los camarógrafos corrieron ansiosos hacia el lugar donde se suponía que los policías iban a bloquear el acceso a la calle Quinta. En tal caso, los líderes indígenas habían decidido que las sesenta mil personas se sentarían a esperar un acuerdo pacífico. Sin embargo, Clímaco Álvarez, máximo dirigente del CRIC, en una reunión extraordinaria con el Alcalde Apolinar Salcedo, consiguió que se respetara la ruta pactada desde semanas atrás. La marcha, entonces, entró por la puerta grande de Cali, rumbo a las instalaciones de la Universidad del Valle. 

Un provocador capturado 
Los estudiantes habían preparado un acto cultural para recibir afectuosamente a quienes consideran un ejemplo de lucha a nivel nacional. Pero todo tuvo que ser cancelado intempestivamente por razones de seguridad que algunos medios tergiversaron. Resulta que desde muy temprano varios estudiantes de la Universidad habían detectado a un hombre con características sospechosas. Al capturarlo, descubrieron que cargaba un arma de fuego. El hombre confesó que habían otros provocadores profesionales acompañándolo. Los estudiantes, cuando la marcha llegó a las afueras de la Universidad, le entregaron el capturado a la Guardia Indígena. Los líderes, entonces, decidieron que la marcha siguiera de largo por la calle Quinta hasta el Coliseo El Pueblo, donde se encontrarían con las delegaciones provenientes de Candelaria, Yumbo y Ecuador. Ahora bien, en algunos periódicos apareció publicado que la decisión de los indígenas fue motivada porque los estudiantes y los sindicalistas querían aprovechar la ocasión para crear confusión, y no por la presencia de un provocador. 

El papel de los medios 
Foto tomada de: Periodicovirtual.com
Para los indígenas, el acompañamiento de los medios en general fue destacable, aunque señalaron que algunos periódicos trataron de empañar los verdaderos propósitos de la marcha. En sus informes resaltaron sólo una de las denuncias entabladas por los indígenas: la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares en los Resguardos. Casi nada dijeron del rechazo al TLC y al ALCA, ni del encarcelamiento de Alcibíades Escué, ni de los abusos del Ejército. Ni siquiera mencionaron que el objetivo final de la marcha era sacar un Mandato Popular en el que todos los estamentos de la sociedad le hicieran unas exigencias puntuales al gobierno. “Lo único que han hecho es divulgar la información que le conviene al Presidente Álvaro Uribe”, aseguró el Director de Comunicaciones del CRIC, Jorge Caballero. 

No obstante, los indígenas venían preparados para afrontar esa problemática. En la marcha traían una bicicleta con un transmisor de radio que difundía al mundo entero (por medio de la Internet) lo que ocurría durante el recorrido. Además, instalaron una oficina de prensa en la Universidad del Valle con el fin de brindar información profunda y exacta. De igual modo, invitaron a varios reporteros europeos que laboran para noticieros independientes. También se destacaba el trabajo audiovisual que estaba realizando Marta Rodríguez, una de las directoras de cine y de documentales más reconocidas en Colombia. Su última producción registra el modo en que fueron exterminados los indígenas Kankuamos de la Sierra Nevada. “¿Cómo es posible que entre 1993 y el 2004 asesinaran a más de doscientos cuarenta Kankuamos, sin que ningún medio investigara lo acontecido? Sólo en Noticias RCN, el pasado viernes 10 de septiembre, mostraron a un señor encapuchado que justificaba el asesinato de Kankuamos porque los consideraba subversivos. Definitivamente algunos medios de comunicación están al servicio de esos asesinos, manifestó Marta Rodríguez mientras le señalaba a su camarógrafo el lugar más apropiado para filmar la entrada de la marcha al Coliseo El Pueblo. 

Un Maestro Universal de la Sabiduría tras las rejas 
En 1991, esta reconocida directora fue invitada a las montañas del Cauca para dictar un taller de producción audiovisual. Los alumnos eran jóvenes indígenas que acababan de entregar las armas en la desmovilización del grupo guerrillero Quintín Lame. “El más destacado de todos –recordó Marta Rodríguez– era Daniel Piñacué”. Su dedicación no sólo lo convirtió en el mejor operador de cámara, sino que también lo llevó a ser hoy el líder más reconocido de las comunidades indígenas. Sin embargo, cuando los sesenta mil indígenas se acomodaban en los campamentos previamente instalados, él me explicó que en su cultura no se aplica el término liderazgo porque la voz de un hombre es el clamor de todo un pueblo. Además, me ilustró el TLC y el ALCA como un lobo que pide igualdad de condiciones en el corral de las gallinas. Por último, me habló de Alcibíades Escué, un anciano que fue declarado Maestro Universal de la Sabiduría por la UNESCO, que fue Vocero Internacional Ante los Organismos de Derechos Humanos, que fue Presidente del CRIC y de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, que fue Fiscal de la Organización Nacional Indígena de Colombia, en fin, un hombre que siempre fue escogido por su honestidad para ocupar los cargos más honorables en las organizaciones de su comunidad, pero que hoy está preso porque la Fiscalía lo acusa de financiar un grupo paramilitar. 

El resultado final: un Mandato Popular 
El día viernes 17 de septiembre la Guardia Indígena, después de haber entregado a la policía al hombre que fue capturado en la Universidad, dispuso todo para recibir a la sociedad caleña en el Coliseo El pueblo. El propósito era realizar el primer Congreso Indígena y Popular, cuyas temáticas giraban en torno a cuatro puntos: conflicto armado, TLC – ALCA, reformas constitucionales y persecución estatal. Entre los participantes se encontraban los congresistas indígenas Francisco Rojas, Jesús Piñacué y Felix Tarapúez; además del Gobernador del Valle y los dirigentes políticos Navarro Wolf, Alexander López, Jorge Robledo y Luis Carlos Avellaneda. Los únicos que faltaron fueron los 40 Gobernadores de los Resguardos, quienes habían participado en la marcha. Su ausencia se debió al viaje que realizaron a Bogotá para exigir la libertad de Alcibíades Escué. Al día siguiente, los más de sesenta mil indígenas levantaron el campamento y se dirigieron a la Plaza de San Francisco para difundir el resultado del Congreso. Se trata del Mandato Popular, un documento en el que la sociedad manifiesta su inconformidad con el actual gobierno. Ahí, entre otras cosas, se decidió convocar a toda Colombia para realizar un referendo en contra del TLC y el ALCA, además de crear un Tribunal Permanente con personas reconocidas que se pronuncien ante las violaciones a los Derechos Humanos. Por otra parte, los indígenas se declararon en Asamblea Permanente y escogieron como sede de trabajo el Territorio de Convivencia, Diálogo y Negociación de La María. Así, la gran marcha de indígenas regresó a su punto de partida en una caravana de camiones, jeeps Willys y buses que salieron de forma ininterrumpida desde las doce del medio día hasta las siete de la noche. Un día después, el domingo 19, el Presidente Álvaro Uribe se dirigió a los colombianos por medio de la televisión. Dijo que los indígenas no tuvieron razones para llevar a cabo una manifestación de esa magnitud. Muy pronto, cuando el Mandato Popular empiece a materializarse, dirá lo mismo de los profesores, estudiantes, sindicalistas, vendedores, empleados públicos...

martes, 24 de julio de 2012

El lugar más violento de Ecuador

Niños que descansan en la población de Chical.
Historia de un viaje realizado al noroccidente de Carchi, a las poblaciones de Maldonado y Chical. Crónica de un miedo infundado.





Arrancamos hacia Maldonado con la impresión de que llegaríamos a uno de los sitios de la frontera ecuatoriana cuyos habitantes viven en la pobreza y atemorizados por el conflicto armado que azota a Colombia, pero vaya sorpresa que nos llevamos cuando descubrimos que esta parroquia del cantón Tulcán es un paraíso que esconde enormes riquezas naturales, con una aceptable infraestructura turística y un ambiente de paz que difícilmente se encuentra en otras ciudades del país.

Un retén de llamas
La primera sorpresa la experimentamos después de pasar por Tufiño, una pequeña población ubicada a media hora de Tulcán. El vehículo marchaba por un camino de segundo orden en cuyos costados se extiende un inmenso páramo repleto de frailejones. De repente, el conductor pisó el freno con todas sus fuerzas y las llantas se rastrillaron sobre el suelo hasta quedar completamente detenidas. “¿Qué pasó? Un retén de la guerrilla”, gritó Albert Heissman, un estadounidense que trabaja como fotógrafo para la revista National Geographic. Este hombre de c
abello rubio y cachetes colorados había viajado desde Nueva York hasta la provincia de Carchi con la misión de captar con su cámara varias flores silvestres que en la única parte del mundo donde se encuentran es en Maldonado. Sin embargo, era evidente que en su interior llevaba la esperanza de encontrar guerrilleros para tomarles fotos y publicarlas en algún diario de su país, lo que no sólo le permitiría ganar dinero extra sino también alcanzar el prestigio que se le otorga a quien tiene el valor de meterse dentro de la guerra. Pero sus esperanzas empezaron a desvanecerse cuando observó que el jeep en que viajábamos no se detuvo abruptamente por un retén de guerrilleros, sino por un rebaño de llamas que en ese momento atravesaba la carretera. 


Nuestra guía, Sandra Rosero, una joven periodista tulcaneña que ha recorrido gran parte de su provincia en busca de todo tipo de noticias, nos contó que estos animales eran “insertados”, es decir, fueron traídos desde Bolivia, pero gracias a las condiciones climáticas del páramo se adaptaron y se reprodujeron convirtiéndose en un atractivo turístico. El conductor del jeep, un hombre de avanzada edad cuyo rostro reflejaba fuertes rasgos indígenas, nos contó que los animales “autóctonos” de la zona eran los venados, los conejos, el cóndor, las águilas y los toros salvajes. Minutos después de reanudar el viaje empezamos a comprobar las palabras del viejo. Uno a uno fueron apareciendo en los costados de la carretera, entre los frailejones, los animales que él mencionó. 

Planta que muestra la belleza de la flora en Chical.
Yo, que sólo había observado estas imágenes en la televisión y en la revista para la cual trabaja Albert, me encontraba fascinado. Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Se trataba de las Lagunas Verdes, tres grandes pozos naturales de agua que reflejan un color esmeralda y emanan un fuerte olor a Azufre. Sandra nos explicó que estas características se deben a la cercanía del volcán Chiles, una inmensa montaña de hielo y piedra seca que es escalada por aventureros extremos. El conductor, entonces, detuvo el vehículo para que Albert tomara fotos. Entre tanto, nos relató a Sandra y a mí las penurias que padeció en sus años juveniles, cuando trabajó como esclavo en algunas de las minas de azufre que fueron explotadas por varias empresas extranjeras en las faldas del volcán. 

Seguimos nuestro camino en medio de un frío atroz que se fue desvaneciendo a medida que empezamos a salir del páramo. Después de tres horas de viaje llegamos a nuestro destino. 

Los engulle vivos 
Maldonado es una pequeña parroquia que cuenta con los servicios básicos como el alcantarillado, el agua potable y el adoquinado, pero sólo existe un teléfono y no hay señal de televisión ni de emisoras de radio. Sin embargo, un grupo de treinta personas tienen conectados sus televisores a una antena parabólica que les permite observar canales de Colombia, un país que se ubica al otro lado del río que bordea la parroquia. 

Sandra le indicó al conductor por dónde debía cruzar para llegar a la casa de Pedro Yela, un hombre que nos recibió con una amplia sonrisa en su rostro y un fuerte apretón de manos. Era el líder de la región. Nos invitó a pasar a la sala de su casa. Ahí, en una vitrina, tiene una numerosa colección de piedras que ha recogido a lo largo de cuarenta años. Algunas tienen formas de hachas, otras de cuchillo, y la mayoría de vasijas. Fueron instrumentos rudimentarios utilizados por los indígenas que en tiempos prehistóricos habitaron la zona. Luego, Pedro nos llevó al patio de su casa, donde tiene un pequeño jardín botánico que cuenta con la presencia aterradora de una boa. Sí, en una pequeña jaula descansa enroscada la enorme serpiente, a la que cada mes le arrojan un cuy o un pollo para que lo engulla vivo. “La agarré en el monte, cuando yo estaba construyendo el orquideario”, dijo Pedro. 

Al fondo de estas plantas, las fuertes corrientes
del río que pasa por Chical. 
Albert, que no cesaba de tomarle fotos a la boa, despegó la cámara de su ojo apenas escuchó la palabra “orquideario”. Era el lugar donde Sandra le había indicado que podía encontrar las flores que vino a buscar desde Nueva York. “Vamos de inmediato”, dijo el estadounidense. Pero Pedro, con su tono de líder, indicó que primero nos daríamos un baño en el río y en las piscinas naturales que se ubican en las afueras de Maldonado. El lugar, además de acogedor, resultó ser muy apropiado para refrescarse del calor que empezaba a sofocarnos. 

Un jardín prehistórico 
Después del descanso, abordamos nuevamente el jeep y nos dirigimos al orquideario, a donde llegamos en menos de quince minutos. Pedro nos mostró una cabaña de madera que construyó con sus propias manos hace muchos años. “Era una época en que yo soñaba con convertir a Maldonado en un gran centro de turismo ecológico. Pero la idea no funcionó porque nadie viene por acá. Síganme, les muestro lo mejor”, dijo mientras salía de la cabaña y se adentraba por una trocha. De repente, llegamos a un espeso bosque lleno de árboles frutales, flores gigantes, palmeras ancestrales, arbustos coloridos, helechos milenarios, extrañas aves, insectos antropomórficos y enormes colonias de hormigas. Era un jardín prehistórico. Era el orquideario. 

Pedro nos mostró cada una de las orquídeas que tiene cultivadas, algunas se encuentran ocultas en medio de las grietas de las palmeras ancestrales, otras se camuflan en la frondosidad de los arbustos coloridos y muchas se esconden tras las ramas de los árboles frutales. Todos estábamos maravillados. Albert no paraba de tomar fotografías. Sandra anotaba algunos datos para su próximo reportaje. Yo simplemente disfrutaba. 

Al finalizar la tarde abandonamos el orquideario. En el trayecto de regreso hacia Maldonado le pregunté a Pedro porqué fracasó su proyecto de convertir esta región en una potencia eco turística si por todas partes se observaban impresionantes riquezas naturales, además habían varios hoteles y sitios atractivos para el entretenimiento de los visitantes. La respuesta de Pedro me dejó desconcertado. “Por ustedes, los periodistas. Porque se han encargado de hacerle creer a la gente del interior de país que aquí en Maldonado está la guerrilla y se presentan combates, secuestros y todas esas cosas de la guerra que hay en Colombia. Pero ya ve, este es un pueblo tranquilo donde no pasa nada y vivimos en completa paz”, me dijo mientras bajaba del jeep para quedarse en su casa. 

Nosotros seguimos el camino de regreso hacia Tulcán. Al ingresar al páramo, el conductor disminuyó la velocidad para no atropellar las llamas o venados que se atraviesan en la carretera. “Los animales son el alma del mundo”, dijo el anciano en voz alta sin que nadie le prestara atención. Albert dormía profundamente, en su rostro se notaba la satisfacción por las fotos que logró, pero también se veía la frustración de no haber encontrado las terribles imágenes que aspiraba captar con su cámara. Sandra estaba pérdida contemplando las inmensas llanuras de frailejones que se extienden a ambos lados de la carretera. Yo pensaba de qué manera podía convencer a alguien de que visitara Maldonado, para que disfrutara de esos lugares tan violentos que yo tuve la oportunidad de conocer.



jueves, 19 de julio de 2012

El desplazado: testimonio

Testimonio de un desplazado que huyó de la violencia, llegó a Ipiales, superó las dificultades que encontró y pudo dedicarse a ayudar a los demás.





Yo fui uno de los grandes dirigentes de la comuna nororiental de Medellín, el lugar más peligroso de una ciudad que en esa época era considerada la más violenta del mundo. 

Usted no me va a creer, pero ahí lo mataban a uno por nada. Mire esta cicatriz que tengo aquí en la cara. Un pelado como de 14 años me la hizo. Fue una noche en que yo subía por las escaleras del cerro hacia mi casa. El pelado apareció en la oscuridad y me amenazó con un cuchillo. Yo dejé que me robara. Pero como sólo llevaba en los bolsillos algunas monedas se enojó y me dijo, Toma pa’ que aprendas a andar con plata. Esa noche amanecí en el hospital con una cortadura de 15 centímetros en mi rostro. 

No guardo ningún rencor. ¿Qué otra cosa se podía esperar de un muchacho que tenía seis hermanos aguantando hambre y que vivía en una casa de madera y cartón donde no tenían nada qué comer? Pues hombre, lo único que podía hacer era buscar la forma de sobrevivir, y como en ninguna parte le daban empleo le tocaba salir a robar, sin importar hacerle daño a nadie. 

Por eso Medellín estaba convertido en un infierno. Pero gracias a Dios los habitantes de la comuna nororiental empezamos a reaccionar. 

Yo lideré un proyecto de cultivos hidropónicos en los techos de las casas para que las personas se dedicaran a la venta de zanahorias o tomates, luego lancé una campaña en los medios de comunicación para que las empresas dieran trabajo a los jóvenes de nuestro sector. Y por último organicé a la gente que no tenía dónde vivir para que invadiéramos varios lotes desocupados y empezáramos a construir nuestras propias casas. Se trataba de quitarles a los ricos para darles a los pobres, un acto de justicia que me llenó de enemigos muy poderosos. 

A dos de mis hermanos los mataron: el primero porque no me encontraron a mí y el segundo porque lo confundieron conmigo. Yo seguí luchando, pero luego asesinaron a mi sobrinito preferido y ya no aguanté más. Abandoné la comuna nororiental en una ambulancia de la Cruz Roja, escoltada por la Policía. 

Con todos los problemas que tenía y como yo era un reconocido líder social, varias organizaciones de Derechos Humanos me ofrecieron asilo. En Australia me recibían, en México también, Holanda me dijo, Véngase pa’ca, pero yo amo mi tierra y pensé que lo mejor era quedarme para seguir ayudando a construir el camino de la paz. Entonces decidí irme a Bogotá. 

Ahí tuve un desliz romántico y eso me acabó de matar. El 20 de agosto del 2002 agarré mi mochila y salí a caminar sin saber hacia dónde. Así estuve tres meses. Dormía en las calles, pedía comida en los restaurantes, a veces un conductor me llevaba, otras veces caminaba y cantaba, mejor dicho, yo parecía un loquito. A veces con la felicidad de sentirme totalmente libre, pero otras veces con la amargura de haberlo perdido todo. 

El 16 de noviembre del 2002, después de tres meses de andar por Colombia, llegue a Ipiales. Yo sentí algo en el corazón que me dijo, Aquí es donde te quedás. Y ya llevo cuatro años acá. 

Yo no sabía nada de mecánica, pero me conseguí un trabajo de ayudante en un taller, donde me dieron posada. En las tardes salía a caminar por las calles y yo veía que las entidades del Gobierno aquí no ayudaban al desplazado y que la gente lo humillaba. 

Empecé a llamarlos y a decirles, Ustedes tienen derecho a esto y a lo otro, porqué no reclaman. Así empezamos a hacer carticas y a mandar oficios, hasta que el día menos pensado organizamos una asamblea y todos me escogieron como su representante. 

Siempre he tenido el espíritu de líder, esas ganas de querer ayudar a los otros. Además, he vivido en carne propia el desplazamiento, ese dolor de abandonar para siempre todo lo que uno construyó, ese miedo de que en cualquier momento los que te amenazaron te encuentren y te maten, esa angustia de no saber hacia dónde se dirige uno. Yo siempre he pensado que ser desplazado es como estar muerto en vida. 

Hace un rato me llamaron por teléfono y me dijeron, Sapo Hijuetantas, dejá de reclamar tanto que te vamos a matar. Lo único que yo quiero es cumplir los sueños que me he trazado aquí en Ipiales. Quiero crear las empresas para dar trabajo a los desplazados, quiero verlos bien, quiero que los niños crezcan en armonía, que los padres se olviden de sus problemas, quiero ver una verdadera paz en Colombia. 

Ese es mi sueño y sé que lo vamos a lograr. Si no me cree vaya y pregunte en la comuna nororiental de Medellín cuántas familias ya construyeron sus casas propias de dos y tres pisos en los lotes que hace años invadimos.

miércoles, 18 de julio de 2012

El pueblo que construyó su propio santo

Una crónica que muestra las curiosidades del fervor religioso de Saguarán, un poblado cercano a Ipiales, Nariño.

Hace treinta años, un niño que sufría de retraso mental encontró en el monte un madero de veinte centímetros que originó el problema más grande en la historia de Saguarán, población ubicada entre Ipiales y Las Lajas. 

El niño, como todas las mañanas, salió a recoger leña mientras su madre y otras empleadas encendían el fogón para preparar el desayuno de la familia Dolores Díaz. Al regresar, le mostró a su madre, con una emoción primitiva, el pequeño madero que acababa de encontrar en el monte. Era una cruz en la cual los caprichos de la naturaleza habían tallado con precisión la imagen de Jesús crucificado. 

Al día siguiente, centenares de personas de Saguarán invadieron la casa de la familia Dolores Díaz. Todos rezaron y agradecieron con lágrimas la llegada del milagro que tanto esperaban. Ya no tendrían que caminar más hasta Ipiales ni hasta Las Lajas para adorar santos ajenos. Ahora, por fin, tenían uno propio. 

Diariamente, la multitud siguió visitando la casa de la familia Dolores Díaz, para cantar alabanzas y rezar rosarios frente al pequeño madero que por decisión unánime llamaron El Señor de la buena muerte. Sin embargo, pronto se presentó un problema. La familia se cansó de ver su casa convertida en una iglesia donde ya no solamente llegaban campesinos a pedir buenas cosechas, sino también ciegos a suplicar por la luz, enfermos a implorar piedad y hasta mendigos a rogar por una caridad. Un día cerraron la puerta y no permitieron que nadie más volviera a entrar. Los pobladores de Saguarán entonces propusieron que les entregaran el pequeño madero para levantarle un altar público. Pero la familia Dolores Díaz se negó. 

Señor de la Buena Muerte. Foto
tomada de:  http://guanando.blogspot.com 
El señor de la buena muerte tenía poderes milagrosos. Le había devuelto el entendimiento al niño retrasado que lo encontró, y las cosechas de la familia Dolores Díaz prosperaban con una abundancia nunca antes vista. Así que no estaban dispuestos a entregar el pequeño madero. Pero los pobladores de Saguarán tampoco estaban dispuestos a perderlo. 

Una noche se armaron con machetes y azadones, y caminaron enfurecidos hasta la casa de la familia Dolores Díaz. La policía intervino para evitar la tragedia. El sacerdote Humberto Ortega le explicó a las autoridades que el pequeño madero, como un regalo de Dios, debía estar en manos del pueblo. Pero la familia mostró un documento original, sellado ante un notario, en el que legalmente figuraban como dueños absolutos y únicos herederos del pequeño madero de veinte centímetros. 

No había nada qué hacer. Sin embargo, el sacerdote animó a los pobladores de Saguarán. Les dijo que conocía a un hombre cuyas manos tenían el poder divino de tallar santos más milagrosos que ese tal Señor de la buena muerte. Se trataba del ecuatoriano Gonzalo Montesdeoca, quien residía en San Antonio de Ibarra. Era un hombre viejo que había tallado decenas de santos para la mayoría de iglesias de la frontera colombiana. Su fama era tan inmensa como los milagros obrados por sus imágenes. 

Seis meses después, los pobladores de Saguarán, por medio de rifas y aportes voluntarios, reunieron doce mil pesos para mandar a tallar un Señor de los azotes, eso sí, de tamaño natural y que incluyera la mesa de castigo y los tres verdugos romanos. El sacerdote viajó hasta San Antonio de Ibarra para encargarle a Montesdeoca la descomunal imagen. Pero el dinero no alcanzó. Entonces tomó una decisión estratégica. Le dijo a Montesdeoca que tallara la imagen del Señor en la columna, la única escena de la Pasión de Cristo que no aparecía en las procesiones de Semana Santa, porque ninguna iglesia de la frontera colombiana la tenía. A su regreso, el sacerdote le explicó a los pobladores de Saguarán que el Señor en la columna tenía la ventaja de que era una imagen inédita y, además, liviana, nada que ver con el pesado Señor de los azotes. 

La expectativa creció tanto que muchos pobladores de Saguarán no se aguantaron las ganas y, cuatro meses después, acompañaron al sacerdote hasta San Antonio de Ibarra para reclamar el santo. Aquellos que aún viven recuerdan que fue un momento de gloria. Montesdeoca tenía ubicada la imagen en la mitad de su taller, sobre varios bloques de cedro maduro. La había cubierto desde la cabeza hasta los pies con una sábana blanca para evitar que el polvo y el aserrín la ensuciaran. El sacerdote, entonces, se acercó y de un solo tirón quitó la sábana. Todos quedaron petrificados. “El santo estaba vivo”, recordó Jorge Guillermo Revelo, de 72 años. 

No era la primera vez que sucedía. Los habitantes de Yacual, otra población fronteriza, también quedaron aterrados con el San Sebastián de Linares que les talló Montesdeoca, tanto así que lo declararon santo oficial y cada año le realizan sus fiestas patronales. 

Señor en la columna.
Los pobladores de Saguarán hicieron lo mismo. Llevaron al Señor en la columna hasta la Catedral de Ipiales donde lo dejaron por quince días para que todos lo contemplaran. Luego, el 2 de abril de 1979, en una procesión nocturna, alumbrada por centenares de cirios, lo trasladaron hasta Saguarán. Ahí, cada familia se turnó para tenerlo en su casa varios meses, pero bajo el compromiso de que nunca fueran a adueñarse del santo, como lo hizo la familia Dolores Díaz con aquel pedazo de madera. 

Cuatro años después, en 1983, terminaron de construir la iglesia e instalaron en el centro del altar al Señor en la columna. Fue el día más feliz en la historia de Saguarán. No sólo consiguieron el milagro de tener su propio santo, sino que ahora además contaban con su propia iglesia.