jueves, 1 de marzo de 2012

Betuneros por vocación






Una crónica sobre un gremio que con honradez y dedicación da ejemplo. Una crónica que escribí sobre los betuneros de Tulcán, Ecuador.



Muchos empezaron a ejercer este oficio desde temprana edad, empujados por las necesidades económicas que padecían en sus hogares, donde el dinero que ganaban sus padres no alcanzaba para cubrir las necesidades básicas.

Bolívar Rosero Arévalo, quien ahora tiene 54 años y es el presidente del Sindicato de Betuneros 13 de Junio, recuerda que a sus siete años, en 1961, salió por primera vez de su casa a trabajar como betunero. Durante toda la mañana recorrió las calles del centro de Tulcán limpiando zapatos a diferentes personas, hasta que al medio día regresó alegre a su casa con el poco dinero que había ganado. “Es una historia que puede parecer lastimera, pero en realidad es una historia de superación, porque el dinero que ganaba era para comprar los cuadernos y seguir estudiando”, dijo.

En aquel tiempo, los betuneros deambulaban por la ciudad con su pequeño cajón de madera, o se ubicaban en el Parque Principal, o madrugaban a las tres de mañana a ganar un puesto en la esquina de las calles Bolívar y Boyacá. Los que más experiencia tenían en el oficio estaban organizando a todos los betuneros de la ciudad para crear una personería jurídica. Era una idea de la que muchas personas se burlaban, porque les parecía inconcebible que las personas que se dedicaban a limpiar zapatos tuvieran aspiraciones tan formales. Sin embargo, había otras personas, como el padre Carlos de la Vega y el abogado Milton González, quienes no sólo creían en la organización del gremio sino que además la respaldaban.

Las personas que lideraban el proyecto de la personería jurídica eran, entre otros, Jorge Salazar, Francisco Salazar, Sixto Fiallo, Clemente Robles y Enrique Ortega, quien prestaba constantemente su casa para realizar las reuniones donde se distribuían las tareas y planificaban cada uno de los pasos legales que debían dar. Luego las reuniones se siguieron realizando en la iglesia del Padre Carlos de la Vega y posteriormente en la casa del abogado Milton González.

Ese mismo año, 1961, los betuneros lograron su primera conquista. Después de superar muchas dificultades consiguieron la personería jurídica. Bautizaron su agrupación como el Sindicato de Betuneros 13 de Junio, una fecha en honor al día de su santo patrono, San Antonio.

Las ayudas
“Antes, la limpiada de zapatos costaba cuatro reales, luego un sucre, después 500 sucres. Con la dolarización quedó a 25 centavos de dólar, y actualmente cuesta 30 centavos”, recuerda Clemente Robles, un hombre de 64 años que trabaja en el Parque Principal y que fue uno de los fundadores del Sindicato.

Pero así como el precio de la limpiada ha subido, las condiciones laborales de los betuneros también han mejorado notoriamente gracias al apoyo de diferentes autoridades. “Julio César Robles Castillo, cuando era alcalde, puso los primeros cimientos de nuestra sede social, luego Hugo Ruiz, como prefecto, la terminó de construir. Marco Urresta, en su alcaldía, nos donó los sillones metálicos, y Wilfredo Lucero, como diputado, nos ayudó con el mausoleo, que tiene 42 bóvedas para mayores y 30 para niños y restos”, comentó Clemente Robles.

Muchas otras entidades y personas, como Mayra de Velasco, Ernesto Flores, Guido Machado y el Banco de Pichincha, han contribuido a la organización de los betuneros. Ahora ellos no deambulan por la ciudad, sino que son parte del ornamento de la misma y prestan un servicio que siempre se ha distinguido por su calidad.

Lo mejor de ellos
Pero los betuneros no sólo se han distinguido en Tulcán por su capacidad organizativa y el servicio que prestan a la comunidad. Del seno de ellos también han salido grandes hombres que a través del deporte han llenado de gloria a la provincia y al país, tal es el caso de José Memín Estrada, boxeador que obtuvo grandes triunfos que llenaron de orgullo a los ecuatorianos.

Sin embargo, hay otro aspecto igual de importante que ellos también le han entregado a la ciudad. Se trata del buen ejemplo de honestidad y dedicación que brindan cada día con su trabajo. Los betuneros nunca se avergüenzan de lo que hacen, no importa que consista en limpiar zapatos, ni que sus manos queden sucias, lo único que realmente vale para ellos es ganarse el pan diario con honestidad.

De hecho, María Sofía Salazar, de 30 años, asegura que no se opondría si alguno de sus hijos quiere seguir sus pasos como betunera. “Le diría que está bien, que este es un trabajo honorable y digno, pero le pediría que siguiera estudiando y se esforzara siempre por salir adelante”.

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