miércoles, 18 de julio de 2012

El pueblo que construyó su propio santo

Una crónica que muestra las curiosidades del fervor religioso de Saguarán, un poblado cercano a Ipiales, Nariño.

Hace treinta años, un niño que sufría de retraso mental encontró en el monte un madero de veinte centímetros que originó el problema más grande en la historia de Saguarán, población ubicada entre Ipiales y Las Lajas. 

El niño, como todas las mañanas, salió a recoger leña mientras su madre y otras empleadas encendían el fogón para preparar el desayuno de la familia Dolores Díaz. Al regresar, le mostró a su madre, con una emoción primitiva, el pequeño madero que acababa de encontrar en el monte. Era una cruz en la cual los caprichos de la naturaleza habían tallado con precisión la imagen de Jesús crucificado. 

Al día siguiente, centenares de personas de Saguarán invadieron la casa de la familia Dolores Díaz. Todos rezaron y agradecieron con lágrimas la llegada del milagro que tanto esperaban. Ya no tendrían que caminar más hasta Ipiales ni hasta Las Lajas para adorar santos ajenos. Ahora, por fin, tenían uno propio. 

Diariamente, la multitud siguió visitando la casa de la familia Dolores Díaz, para cantar alabanzas y rezar rosarios frente al pequeño madero que por decisión unánime llamaron El Señor de la buena muerte. Sin embargo, pronto se presentó un problema. La familia se cansó de ver su casa convertida en una iglesia donde ya no solamente llegaban campesinos a pedir buenas cosechas, sino también ciegos a suplicar por la luz, enfermos a implorar piedad y hasta mendigos a rogar por una caridad. Un día cerraron la puerta y no permitieron que nadie más volviera a entrar. Los pobladores de Saguarán entonces propusieron que les entregaran el pequeño madero para levantarle un altar público. Pero la familia Dolores Díaz se negó. 

Señor de la Buena Muerte. Foto
tomada de:  http://guanando.blogspot.com 
El señor de la buena muerte tenía poderes milagrosos. Le había devuelto el entendimiento al niño retrasado que lo encontró, y las cosechas de la familia Dolores Díaz prosperaban con una abundancia nunca antes vista. Así que no estaban dispuestos a entregar el pequeño madero. Pero los pobladores de Saguarán tampoco estaban dispuestos a perderlo. 

Una noche se armaron con machetes y azadones, y caminaron enfurecidos hasta la casa de la familia Dolores Díaz. La policía intervino para evitar la tragedia. El sacerdote Humberto Ortega le explicó a las autoridades que el pequeño madero, como un regalo de Dios, debía estar en manos del pueblo. Pero la familia mostró un documento original, sellado ante un notario, en el que legalmente figuraban como dueños absolutos y únicos herederos del pequeño madero de veinte centímetros. 

No había nada qué hacer. Sin embargo, el sacerdote animó a los pobladores de Saguarán. Les dijo que conocía a un hombre cuyas manos tenían el poder divino de tallar santos más milagrosos que ese tal Señor de la buena muerte. Se trataba del ecuatoriano Gonzalo Montesdeoca, quien residía en San Antonio de Ibarra. Era un hombre viejo que había tallado decenas de santos para la mayoría de iglesias de la frontera colombiana. Su fama era tan inmensa como los milagros obrados por sus imágenes. 

Seis meses después, los pobladores de Saguarán, por medio de rifas y aportes voluntarios, reunieron doce mil pesos para mandar a tallar un Señor de los azotes, eso sí, de tamaño natural y que incluyera la mesa de castigo y los tres verdugos romanos. El sacerdote viajó hasta San Antonio de Ibarra para encargarle a Montesdeoca la descomunal imagen. Pero el dinero no alcanzó. Entonces tomó una decisión estratégica. Le dijo a Montesdeoca que tallara la imagen del Señor en la columna, la única escena de la Pasión de Cristo que no aparecía en las procesiones de Semana Santa, porque ninguna iglesia de la frontera colombiana la tenía. A su regreso, el sacerdote le explicó a los pobladores de Saguarán que el Señor en la columna tenía la ventaja de que era una imagen inédita y, además, liviana, nada que ver con el pesado Señor de los azotes. 

La expectativa creció tanto que muchos pobladores de Saguarán no se aguantaron las ganas y, cuatro meses después, acompañaron al sacerdote hasta San Antonio de Ibarra para reclamar el santo. Aquellos que aún viven recuerdan que fue un momento de gloria. Montesdeoca tenía ubicada la imagen en la mitad de su taller, sobre varios bloques de cedro maduro. La había cubierto desde la cabeza hasta los pies con una sábana blanca para evitar que el polvo y el aserrín la ensuciaran. El sacerdote, entonces, se acercó y de un solo tirón quitó la sábana. Todos quedaron petrificados. “El santo estaba vivo”, recordó Jorge Guillermo Revelo, de 72 años. 

No era la primera vez que sucedía. Los habitantes de Yacual, otra población fronteriza, también quedaron aterrados con el San Sebastián de Linares que les talló Montesdeoca, tanto así que lo declararon santo oficial y cada año le realizan sus fiestas patronales. 

Señor en la columna.
Los pobladores de Saguarán hicieron lo mismo. Llevaron al Señor en la columna hasta la Catedral de Ipiales donde lo dejaron por quince días para que todos lo contemplaran. Luego, el 2 de abril de 1979, en una procesión nocturna, alumbrada por centenares de cirios, lo trasladaron hasta Saguarán. Ahí, cada familia se turnó para tenerlo en su casa varios meses, pero bajo el compromiso de que nunca fueran a adueñarse del santo, como lo hizo la familia Dolores Díaz con aquel pedazo de madera. 

Cuatro años después, en 1983, terminaron de construir la iglesia e instalaron en el centro del altar al Señor en la columna. Fue el día más feliz en la historia de Saguarán. No sólo consiguieron el milagro de tener su propio santo, sino que ahora además contaban con su propia iglesia. 

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