lunes, 3 de septiembre de 2012

Los pasos fronterizos entre Colombia y Ecuador

Paso fronterizo entre Urbina, Ecuador, e Ipiales, Colombia.
¿Qué significa vivir en la línea de la frontera? La hermandad, el contrabando, los temores y las fiestas de algunos pueblos ubicados en la línea fronteriza.



René Noguera, presidente de la Junta Parroquial de El Carmelo, recuerda que hace veinte años llegaron a su población funcionarios de las cancillerías de Ecuador y Colombia para solucionar algunos problemas fronterizos. La primera idea que se les ocurrió fue dinamitar la carretera que comunica a esta población ecuatoriana con La Victoria, en el departamento de Nariño, para así evitar el contrabando de mercancías. “Todos nos opusimos”, cuenta Noguera, “les explicamos que eso era como si nosotros fuéramos a las oficinas de ellos en Quito o Bogotá y les cortáramos las manos para que dejaran de robar”. 

Desde aquella época, otros líderes políticos y autoridades aduaneras han propuesto bloquear esta carretera de siete kilómetros sin pavimentar, pero sus habitantes siempre les han contestado que eso significaría matarlos. Porque por ahí, todos los fines de semana, ellos transportan de un país a otro los productos que cosechan para venderlos en las pequeñas ferias de mercado. También, entre semana, por ahí van a visitar a los hijos que se enamoraron y se fueron a vivir al otro lado donde sus parejas. Y en las temporadas de fiestas, la utilizan para llevar a donde sus vecinos fronterizos las carrosas, las comparsas, las obras de teatro, los grupos de danzas, las imágenes religiosas y los equipos de fútbol con que participan y materializan lo que ellos denominan “la integración cultural”. 

Una situación similar se vive entre la parroquia ecuatoriana de Tufiño y la vereda colombiana de Chiles. Pero la carretera que une a estas dos poblaciones sirve, además, para que todos los días a las siete de la mañana más de cien campesinos colombianos crucen la frontera y vayan a trabajar a territorio ecuatoriano. “Es que en Colombia”, explica Florentino Chenás, ex dirigente del resguardo indígena de Chiles, “no tenemos trabajo; en Ecuador sí hay y pagan mejor que aquí”. Al otro lado de la frontera, Rosa Pozo, secretaria de la Tenencia Política de Tufiño, añade otra razón: “en Ecuador preferimos al trabajador colombiano porque es sacrificado, mientras que nuestra gente de aquí no necesita esforzarse: se gana la vida solo con ordeñar sus vaquitas”. 

Paso fronterizo entre El Carmelo, Ecuador, y
la Victoria, Colombia.
Por esta carretera, además de los campesinos trabajadores, también transitan cada día más de ochenta niños colombianos que estudian en territorio ecuatoriano, en la institución pública Luis Gabriel Tufiño, que tiene en total 140 alumnos. Ahí no solo les ofrecen una educación totalmente gratuita sino que también les dan sin ningún costo el desayuno, los útiles escolares y los uniformes. “Estos niños”, dice con indignación el gestor cultural Jaime Coral, “aprenden todo sobre Ecuador, nada de su país, lo que les crea un desarraigo cultural, el malestar de sentirse abandonados por su propia patria”. 

Ese abandono es más notorio aún en las poblaciones del Pacífico nariñense. Por ejemplo, en San Juan, Tallambí y Numbi, por mencionar solo algunas veredas, no hay ni siquiera vías de acceso; los pobladores, en su mayoría indígenas awás y afros, deben movilizarse durante días por trochas para llegar a alguna carretera. En cambio, al frente de cada una de estas poblaciones, en el territorio ecuatoriano, no solo existen carreteras y todos los servicios básicos, sino que además hay una aceptable infraestructura turística que les permite a sus habitantes obtener ingresos. “Los del lado colombiano estamos jodidos, lo poco que cosechamos tenimos que sacarlo es por Ecuador, acá no tenimos nada,” dice el indígena Segundo Güiz mientras camina los diez minutos que separan a su vereda, Tallambí, de la parroquia ecuatoriana de Chical, llevando al hombro dos sacos repletos de lulos. 

Emilio Paspuel también cruza la frontera todos los días, pero lo hace por una de las tantas trochas que comunica al municipio colombiano de Ipiales con el cantón ecuatoriano de Tulcán, las dos principales ciudades de la frontera. Su viaje consiste en llevar su yegua, llamada Bondad, hasta una casa en las afueras de Tulcán, donde la carga con dos cilindros de gas (diez mil pesos) que luego lleva a revender en las afueras de Ipiales (treinta mil pesos) para ganarse así el pan de cada día (veinte mil pesos). “A veces escasea el gas”, cuenta Paspuel, “entonces toca echarle otra carga a la Bondad: azúcar, arroz, jabón, lo que sea sirve porque en Ecuador todo es más barato que en Colombia”. 

Paso fronterizo conocido como Cuatro
Esquinas, entre Tulcán, Ecuador, e
Ipiales, Colombia. 
Luis Rosero Bilbao lleva más de 28 años viendo pasar todos los días por estas trochas a Emilio Paspuel y a otros centenares de contrabandistas. Él ha trabajado todos esos años como operario de la planta La Playa, que surte de energía eléctrica a Tulcán y queda ubicada sobre la línea fronteriza, en un sector conocido como Cuatro Esquinas. “Es impresionante la cantidad de gas que se llevan”, dice, “yo no estoy de acuerdo porque el subsidio que tiene ese combustible lo pagamos los ecuatorianos, y debe ser para nosotros, no para los colombianos”. 

Es por esa razón que las autoridades aduaneras de Ecuador han bloqueado con enormes zanjas algunos caminos que en este sector comunican la frontera. “Lamentablemente los contrabandistas son tan audaces que, en algunos casos valiéndose de las autoridades autóctonas, desbloquean o abren nuevos caminos, aduciendo que es un paso para el sostenimiento alimenticio”, dice Ramiro Urresta, director del Servicio Nacional de Aduanas del Ecuador, distrito Tulcán. El teniente Eder Siachoque, de la Policía Fiscal y Aduanera de Colombia, en Ipiales, también considera que estos bloqueos “ayudan mucho para acabar con esa cultura del contrabando que existe por ahí”. 

Por el contrario, Jaime Coral se opone rotundamente a estos bloqueos, ya que, asegura, son ordenados desde Quito o Bogotá sin tener en cuenta la realidad histórica de la frontera. “Nuestros pueblos”, explica, “desde la época en que éramos una sola nación conocida como Los Pastos, han transitado libremente por estos caminos trayendo y llevando mercancía, sin que nunca se les tachara de contrabandistas”. De hecho, a pesar de las restricciones que existen en esta zona de frontera entre Ipiales y Tulcán, los habitantes de ambos países, al igual que sucede entre las poblaciones de La Victoria y El Carmelo o de Chiles y Tufiño, poseen un espacio de “integración cultural” donde los caminos se tornan fundamentales. Se trata de una fiesta conocida como el Carnaval, que es organizada cada 28 de diciembre por los del lado colombiano y antes del miércoles de ceniza por los del lado ecuatoriano, pero que consiste en que los habitantes de ambos lados se reúnen a orillas del río Carchi, que marca la frontera en este sitio, para echarse agua mientras escuchan algunas orquestas y disfrutan de las comidas típicas. 
Paso fronterizo entre Tufiño, Ecuador, y
Chiles, Colombia.

Para todas las personas que habitan a las orillas de la frontera colombo ecuatoriana, las trochas y las carreteras que unen a ambos países, más allá de ser pasos por donde circula el contrabando, son un vínculo que permite el desarrollo económico, social y cultural. “Las autoridades de ambos países”, dice René Noguera, “deberían dejar de pensar en destruir estos caminos y más bien deberían ponerse a abrir nuevos caminos o asfaltar los que ya están hechos, porque entre las personas que vivimos a uno y otro lado de la frontera no hay diferencias: somos los mismos hijitos de Dios”.

Este texto fue publicado en El Espectador. 





1 comentario:

Santiago dijo...

Nunca había escuchado nada sobre esta frontera.. cuando decidí viajar a Ecuador mas que nada fui para la zona turtistica pero es interesante saber lo que pasa por ese lado y todo lo que se mueve por esa linea que divide