miércoles, 12 de septiembre de 2012

Veterano de Corea


Foto tomada de: elpais.com
La historia de un hombre de Pupiales, Nariño, que combatió en Corea con otros colombianos que tenían vocación para la guerra.






Entre 1951 y 1952 centenares de soldados colombianos fueron enviados a Corea para apoyar al ejército estadounidense, que combatía la propagación del comunismo. Uno de esos soldados fue Carlos Nicanor Arteaga, un hombre que ahora tiene 75 años y vive en la población de Pupiales, a pocos minutos de Ipiales. 

Hace una semana lo llamé por teléfono y le propuse que me contara su historia para escribir esta crónica. Pero me contestó que de ninguna manera quería recordar aquellos momentos de su vida. No insistí. Le dije que entendía su negativa y le comenté que mi abuelo también participó en la guerra de Corea. Yo no alcancé a conocerlo porque se suicidó con un disparo en la cabeza antes de mi nacimiento. Sin embargo, mi madre y mi abuela siempre me contaron que todas las noches se levantaba asustado a buscar su revólver, para defenderse de los coreanos que hasta en sueños lo perseguían. Esta revelación espontánea hizo que Carlos Nicanor cambiara de parecer. “Está bien: cuándo quiere entrevistarme”. 

El sábado 11 de febrero, a las diez de la mañana, llegué a su casa. Esperaba encontrar a un anciano hostil que me despacharía en un par de minutos con unas cuantas respuestas evasivas. Pero no fue así. Carlos Nicanor me explicó que realmente no tiene ningún problema en recordar sus experiencias en la guerra de Corea, sólo que nunca acostumbra a dar entrevistas a los medios de comunicación. “Es que los periodistas hablan de lo que no entienden: nos culpan por haber ido a la guerra empuñando la bandera de Estados Unidos y defendiendo una causa injusta como el capitalismo. Pero creo que usted puede entender las cosas de otra manera por lo que le sucedió a su abuelo”. 

Foto tomada de: caballerosandante.net
A decir verdad, era la primera vez que yo tenía la oportunidad de conocer un veterano de Corea. Claro está que en mi adolescencia, fascinado por las locuras que me contaban de mi abuelo, inicié una investigación que nunca fructificó, pero que me dejó un gran número de documentos que aún conservo. En uno de ellos dice que el primer grupo de soldados colombianos que viajó a Corea zarpó el 21 de mayo de 1951, desde el puerto de Buenaventura en el buque Aiken Victory de Norteamérica. Eran mil sesenta jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 18 y 22 años. De ellos, ciento treinta y uno murieron en combates, cuatrocientos veintiocho quedaron mutilados o con graves heridas, sesenta y nueve se perdieron para siempre en las selvas y veintiocho sufrieron como prisioneros la crueldad de las torturas. 

Carlos Nicanor, por el contrario, viajó a Corea en el último grupo de soldados que envió el gobierno del presidente Laureano Gómez. Su barco, el U.S. Naval Ship Sylvester Antolak, zarpó el 10 de junio de 1952 desde el puerto de Cartagena. En total iban doscientos cuarenta y cinco soldados colombianos. Todos, en su mayoría, esperaban disfrutar de unas vacaciones inolvidables, llenas de aventuras en un mundo desconocido. “Pero al desembarcar en el puerto de Inchón, después de quince días de navegar por el Océano Pacífico, nos estrellamos contra la realidad. La guerra lo había devastado todo. Las ciudades estaban convertidas en escombros y cenizas”. 

Los doscientos cuarenta y cinco soldados fueron trasladados en tren hasta una inmensa guarnición donde estaba el resto de colombianos que desde el año anterior habían empezado a llegar. Era el Batallón Colombia, calificado por los estadounidenses como el Number one por su irresistible vocación para la guerra. Carlos Nicanor fue recluido por tres meses en la unidad de explosivos, donde aprendió a instalar bombas quiebrapatas, que en ese entonces tenían una poderosa carga de TNT. “Luego me enviaron a la línea de combate”, dijo y de inmediato, con el mismo lujo de detalles que relató su llegada a Corea, empezó a contar el modo como regresó a Colombia. 

Pero qué pasó en la línea de combate, le pregunté. “La guerra”, contestó. Sí, pero cuánto tiempo estuvo ahí. “Ocho meses”. Y qué hacía. “En el día cavar trincheras y enterrar bombas, y en la noche dispararle al enemigo”. Y en qué momento dormía. “Nunca, sólo descansaba cuando me desmayaba del cansancio”. Y vio morir a alguno de sus compañeros. “A muchos”. Cómo. “Quedaban destrozados por las granadas o agonizando por los balazos”. Aún recuerda esas imágenes o sueña con ella. “Los primeros años sí, cuando recién llegué, pero ya no”. Ahora para usted qué es la guerra. “Es el infierno”, dijo. 

Después de esta conversación fuimos al cementerio, donde visitamos la tumba de otro pupialeño que también participó en la guerra de Corea, pero murió en los combates. Carlos Nicanor me habló entonces de las condecoraciones que recibió, los homenajes que le organizaron, las fiestas de gala a las que fue invitado y las pesadillas que en las noches sufría. Pensé entonces que era un hombre muy afortunado y valiente, no sólo porque regresó ileso de la guerra, sino sobre todo porque consiguió salir de ella. Centenares de jóvenes colombianos que viajaron a Corea no pudieron hacerlo. Regresaron a Colombia sí, pero se quedaron viviendo para siempre en la guerra. Muchos se volvieron alcohólicos o drogadictos, otros se convirtieron en asesinos y masacraron a varias personas sin ningún sentido, y algunos enloquecieron y se suicidaron, tal como lo hizo mi abuelo.   

2 comentarios:

claudia dijo...

Excelente reportaje ojala nos puedas contar todos los detalles de la entrevista y tener más información de otros combatientes, personal mente conozco al señor Carlos Nicanor, puedo decir que es un hombre que cada día se levanta con las ganas de luchar, humilde, con muchos amigos, muy querido por la gente y por su familia. Un héroe que ha olvidado la guerra pero con la sabiduría de conocerla. Cuando era niño cogía sus medallas de consideraciones importantes y utilizaba creyéndome un gran militar, creo que bote la mayoría de ellas, a él nunca le importo,a él importaba mucho más el verme feliz jugando en su casa con mis primos y toda esa bella familia, que para otros son sus preciadas medallas, creo que por eso terminaron así, aveces es mejor olvidar y seguir adelante.
Att: Mario Fdo Vallejo ARTEAGA

rutalba dijo...

Gracias por este blog con un bello reportaje. Mi padre Jose Vicente Albarracin por la marinay mi suegro Angel Gabriel Gaitan por el ejercito hicieron parte de esta HISTORIA. Ambos ya muertos nos han dejado la memoria y la huella de una memoria que debemos perpetuar.
Att: Ruth ALbarracin Barreto.