jueves, 15 de marzo de 2012

PARTE II: La agonía del páramo

En el páramo, la extinción de varias especies animales provocó la proliferación de insectos, así como la extracción de hielo dejó a la mayoría de riachuelos sin su principal fuente de abastecimiento. Una crónica que escribí para relatar las consecuencias de la devastación.  



Durante varios meses, Gildardo Valenzuela estuvo lanzando todas las tardes su anzuelo en los riachuelos, hasta que empezó a disminuir la cantidad de truchas que pescaba. Por su parte, Arturo Quillismal tampoco tuvo suerte con sus cultivos. A veces, las heladas quemaban las plantas, mientras que otras veces los insectos deterioraban la calidad de la papa. Lo mismo le pasó a Humberto Cuiacal, quien, a diferencia de lo que sucedía con el hielo, no encontraba muchas personas que le compraran el azufre.

Gildardo Valenzuela sabía que las truchas estaban desapareciendo porque muchos pescadores utilizaban barbasco, un veneno poderoso que las mataba a todas sin importar su tamaño. Lo que ignoraba era por qué el caudal de los riachuelos disminuía, al punto de que ya algunos, como el Aguacolorada, se habían secado. Arturo Quillismal tampoco entendía por qué ahora proliferaban tantos insectos y el clima presentaba cambios repentinos y extremos. De igual manera Humberto Cuaical no podía explicarse dónde estaban las ranas y lagartijas que en su infancia saltaban a cada paso que él daba mientras caminaba por los pajonales con su padre. 

Las respuestas estaban, por un lado, en sus anteriores trabajos. Los tres, al igual que los más de cinco mil habitantes del páramo, habían alterado el ecosistema. Gildardo Valenzuela, así como lo hizo su padre y su abuelo, rompió el equilibrio al provocar con su oficio de cazador la extinción de los venados. Arturo Quillismal y los demás integrantes de su comunidad, al quemar los pajonales, destruyeron los humedales y el hábitat de los conejos, las lagartijas, las ranas y otros animales que se encargaban de controlar la proliferación de insectos. Y Humberto Cuaical y los demás hieleros habían acabado con los glaciales del nevado del Cumbal, una de las principales fuentes de abastecimiento de los riachuelos. 

Pero, por otra parte, la explicación para la agonía que estaba sufriendo el páramo también se encontraba en el calentamiento global. Era tan notorio el cambio de clima que ya ninguno de los tres vivía en casas como las de sus infancias, con paredes de barro que medían más de un metro de grueso, porque ahora para aislar el frío bastaba con el ladrillo común. Ese aumento de la temperatura empezó a derretir las nieves que cubrían las cumbres del cerro del Chiles en invierno y del nevado del Cumbal durante todo el año, nieves que eran otra de las principales fuentes de abastecimiento de los riachuelos 

Con el pasar de los años el páramo dejó de agonizar y empezó a morir. Más riachuelos se secaron, las truchas se sumaron a la lista de los animales extinguidos y varias especies de plantas desaparecieron por la masificación del uso de insecticidas. De modo que mientras Gildardo Valenzuela se vio obligado a abandonar la pesca, Arturo Quillismal y los demás cultivadores lograron vencer a los insectos que devoraban sus papas, aunque esto conllevó un significativo aumento en el precio del producto. Ahora bien, la forma en que muchos de ellos combatían las heladas era encendiendo enormes fogatas en los alrededores de sus cultivos, algunas veces con llantas, lo que sólo contribuyó a empeorar el estado del páramo. 

Gildardo Valenzuela no pudo encontrar un nuevo trabajo que le permitiera experimentar la lucha del hombre contra el animal, porque ya no había nada qué cazar ni pescar. Durante algunos meses se dedicó a bajar azufre del nevado del Cumbal, pero pronto comprendió que a sus 45 años ese trabajo le exigía más fuerzas de las que tenía. Entonces no le quedó otra alternativa que empezar a arar la tierra para sembrar papas e instalar corrales para la cría de cerdos. Además plantó cerca un bosque de eucaliptos para venderlo en unos años como leña. Era algo que acostumbraban a hacer muchos campesinos previendo una ganancia extra en un futuro cercano. Pero lo que conseguían en realidad con estos árboles era acabar con la humedad y los nutrientes de los suelos. 

Hasta ese momento, en la década de los noventa, las entidades públicas no se habían preocupado seriamente por capacitar a los campesinos para que sus prácticas agrícolas no destruyeran la naturaleza. Era tal el desconocimiento que nadie en el páramo alcanzaba a imaginar la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Muchos, como Humberto Cuaical, consideraban que gracias a todo el hielo extraído ya no hacía tanto frío y se disfrutaba de un ambiente más abrigado. Por el contrario, otras personas, entre ellas Gildardo Valenzuela, temían erróneamente que el cerro del Chiles y el nevado del Cumbal hicieran erupción porque las nieves que se derretían en sus cumbres eran las encargadas de enfriar el calor que tenían por dentro, un calor que se hacía evidente con las aguas termales que brotaban en varias partes del páramo. Y había otros como Arturo Quillismal que creían que los venados, las truchas, las lagartijas, los conejos y las ranas no se extinguieron, sino que simplemente se trasladaron a otra parte del páramo. 

Lo cierto es que la deforestación provocada por tantos años de ganadería, la cacería, la pesca indiscriminada, la extracción de bloques de hielo, el calentamiento global y las malas prácticas agrícolas, entre otras cosas, hicieron que el páramo prácticamente perdiera sus últimos restos de vida. Tan solo quedaron algunos sectores amplios sembrados con frailejones y tapizados con pajonales que servían de hábitat a muy pocos animales. Los riachuelos que lograron sobrevivir permanecían durante gran parte del año con un cauce muy bajo, hasta que de repente caía un aguacero y se desbordaban provocando inundaciones. Aquel páramo que Gildardo Valenzuela, Arturo Quillismal y Humberto Cuaical conocieron en sus infancias, donde sus padres les enseñaron cómo defenderse en la vida, no lo pudieron disfrutar sus hijos. Sin embargo, no todo estaba perdido. El nuevo siglo trajo consigo un profundo interés tanto de los gobiernos de ambos países como de muchos campesinos por tratar de resucitar el páramo.

No hay comentarios: