martes, 27 de marzo de 2012

Parte III y Fin: La agonía del páramo

  En los últimos tiempos muchos campesinos han asumido un proceso de recuperación del páramo. Pero, a pesar de esto, los ríos siguen disminuyendo su caudal y más animales y plantas están en peligro de extinción. La razón: el calentamiento global y las malas prácticas agrícolas de muchos otros campesinos que aún no comprenden la importancia del páramo.

Gildardo Valenzuela fue el primero en dar el paso. Después de ser capacitado por la Corporación Autónoma Regional de Nariño (Corponariño) sembró diferentes tipos de plantas como habas, coles, lechugas, acelgas, remolachas, nabos, zanahorias y cebollas. De igual manera, Arturo Quillismal, por medio de un proyecto de la Fundación Altrópico, decidió acompañar sus cultivos de papa con mellocos, quinua y chochos. “Esta diversificación mermó la expansión de la frontera agrícola y le garantizó al campesino una forma de subsistencia, pues ya no sólo siembra para el comercio sino también para su alimentación”, explicó Oscar Falconí, de la Fundación Altrópico. 

Humberto Cuaical también fue capacitado. Pero no implementó su shagra sino que siguió subsistiendo únicamente del azufre que bajaba del nevado del Cumbal. 

Entre tanto, Gildardo Valenzuela y Arturo Quillismal, así como todos los que tenían shagras, dejaron de usar insecticidas y empezaron a fumigar sus plantaciones con yerbas que no alteraban el ecosistema. También convirtieron las heces de los animales que criaban (conejos, cuyes, cerdos y gallinas) en abonos, incluso Gildardo Valenzuela construyó un biodigestor que le permite cocinar sus alimentos con el gas que liberan las heces de sus cerdos en vez de hacerlo con la leña de los árboles. 

Además de estos cambios individuales, muchas comunidades se unieron para desarrollar procesos colectivos. Fue así como los campesinos de la Comuna La Esperanza lanzaron a los riachuelos diez mil alevines. Luego, respaldados por el municipio de Tulcán, sembraron en el 2007 más de 40 mil árboles nativos como el arrayan, pumamaque, cedro, polylepis y capote. Además, delimitaron la frontera agrícola en los tres mil 500 msnm, y prohibieron sembrar de ahí hacia arriba. 

En el lado colombiano del páramo sucedió lo mismo. Corponariño construyó un vivero para entregarles a los campesinos árboles nativos como el cuaza y el acacio, que nutren los suelos, contribuyen a la recuperación de los riachuelos y sirven de alimento a muchos animales. Otras entidades como la Sociedad de Agricultores y Ganaderos de Nariño (SAGAN) y el municipio de Cumbal, entregaron incentivos a mil 120 ganaderos para que produzcan más leche en menos territorio. “El objetivo es brindarle a los campesinos alternativas que fortalezcan su economía y mejoren el medio ambiente”, manifestó Álvaro Valenzuela, del municipio de Cumbal. 

Gildardo Valenzuela y Arturo Quillismal, así como las entidades ambientales, saben que sus esfuerzos y los de sus comunidades no son suficientes para que el páramo recobre la vitalidad. Una prueba es que el Río Blanco disminuyó su caudal en un 30 por ciento en los últimos 15 años, mientras que otras fuentes bajaron más de un 40 por ciento en el mismo lapso de tiempo, según Corponariño. Otra prueba es que el Río Chico, en el lado ecuatoriano del páramo, presenta cada verano una disminución en su caudal de entre 40 y 50 por ciento, según el municipio de Tulcán. Así mismo, plantas como el bejuquillo y la espeletia, y animales como los escarabajos coprófagos, ingresaron a la lista de especies en peligro de extinción, según un estudio de la Universidad de Nariño. 

Esto se debe a que aún muchas personas se aferran a las malas prácticas agrícolas. Por ejemplo, hace unos meses, cuando las bajas ventas de azufre lo obligaron a dedicarse a la agricultura, Humberto Cuaical taló una hectárea del páramo para sembrar papa. De hecho, basta caminar por el lado colombiano del páramo para presenciar cómo cada día son arrancados los frailejones, quemados los pajonales y talados los bosques de la parte baja. También se puede evidenciar cómo otras personas acaban con los re poblamientos de truchas al pescarlas con cloro o barbasco. Y lo peor de todo es que tanto en el lado ecuatoriano como en el colombiano se presentan eventualmente incendios por fogatas que quedan encendidas. 

Pero los efectos del calentamiento global también le impiden al páramo recobrar su vitalidad. Nadie sabe con exactitud qué tanto ha avanzado el derretimiento de las nieves del Cumbal y del Chiles porque no existe un equipo de monitoreo, pero Álvaro Bolaños, de Corponariño, calcula que probablemente en diez años el Cumbal estará sin nieve: “Esto significa que desaparecerán las fuentes hídricas que surten a Ipiales y sus poblaciones rurales”. Las proyecciones de Mauricio Isacas, del municipio de Tulcán, también son preocupantes: “Si el Chiles se queda sin nieve durante todo el año, disminuirán las fuentes de agua para consumo, habrán dificultades para la producción agrícola y serios problemas para el ecosistema”. 

Para este ingeniero, la solución a este problema no la tienen las entidades ambientales ni los pobladores del páramo: “Hemos asumido el compromiso de descontaminar, de reforestar, de concienciar a la gente, pero muy poco han hecho los países responsables del calentamiento global”. Por su parte, el antropólogo Álvaro Bolaños tiene una opinión muy diferente: “Estamos a tiempo, se necesita sobre todo el fortalecimiento de la cultura indígena, porque sus ancestros eran los que más conservaban el medio ambiente”. Gildardo Valenzuela y Arturo Quillismal también confían en que es posible que el páramo vuelva a ser el de antes. El sueño que tienen ahora a sus 60 años es algún día despertar a sus nietos en la madrugada para enseñarles cómo defenderse en la vida, bien sea cazando venados o criando ganado, pero, eso sí, advirtiéndoles que no se debe extinguir la naturaleza. Lo único que se necesita, según ellos, es que todas las personas que actúan como Humberto Cuaical también empiecen a soñar.

1 comentario:

Unknown dijo...

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